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ALFIL CONTRA REINA (Y DE PASO, EL REY)

Si usted sabe jugar ajedrez sabrá que es imposible comparar el poderío de la reina sobre el de un alfil. A pesar de las grandes posibilidades que suele tener el alfil, el poder de la reina es inconmensurablemente mayor. Pues bien.
Si trasladamos esta situación al contexto político, dicha situación se mantiene: nunca se podrá equiparar el poderío de un gobierno estatal con el de la presidencia de la república. Al menos, el poder presidencial es 32 veces mayor que cualquiera de sus componentes; recursos económicos, población, industria, agricultura, etc. Como bien lo postuló Euclides, hace 2 300 años, «el todo es mayor que una de sus partes».
Este pensamiento euclidiano fue aplicado por el PRI, durante un poco más de 70 años desde la presidencia de la república. El poder, la decisión del presidente, eran palabra de Dios; la cita -vuelta lugar común: ¿Qué hora es? ¡La que usted ordene señor presidente!-activaban los reflejos condicionados de la servidumbre política.
Los mencionados reflejos condicionados de los ujieres del presidente en turno, dejaban transcurrir sin pausa, y sin prisa, la cotidianeidad de la vida pública de México. El poder del ejecutivo federal, su residencia, sus actividades de todos los días, sus gustos, sus pasiones – y sus pecados- formaban parte del anecdotario del país. Poco importaba si se tratase de un héroe como el general Lázaro Cárdenas del Río (que en sus genes ya heredaba un pecado); de Gustavo Díaz Ordáz y Luís Echeverría (con todo y el genocidio compartido); de los “gris Oxford”  Miguel de la Madrid  Hurtando y Ernesto Zedillo (que en nada mengua mi reconocimiento a su capacidad para el pillaje); o el perro de la colina o el mefistofélico Salinas de Gortari. En fin, el anecdotario azteca.
La ingenuidad nacional albergó esperanzas de cambio con la llegada de Fox a los Pinos. Nunca imaginamos la habilidad del “manco de Boca del Río” para la trampería: bajo la bonachona figura de dos metros, se escondía el “vendedor” de playas, bancos e ilusiones. Lo acusamos de todo, y él, impertérrito (gracias al Prozac), argüía malquerencia lopezobradoriana. Sin embargo, una abuela lo contradecía. Si pensó en una abuela de apellidos Sahagún Jiménez, la razón le asiste. Los hijastros de Fox, sus hermanos, su esposa, sus amigos, todos, decidieron compincharse: “El tamarindillo”; los edificios de Vallarta y Cancún; los barcos petroleros materializados en «Oceanografía»–joya de la corona del foxato-, las carreteras, la venta y auto compra (con los prestanombres, por supuesto) de playas en Loreto, Nuevo Vallarta, Ixtapa, el caribe maya- todas con la ayuda de Fonatur- desde luego. La ganga sin fin.
Con el año 2006 se nos avecindó el fraude. La advertencia ugaldiana “si me sacan será un reconocimiento del fraude”, y Ugalde ha salido. ¿Queda duda del timo? La expoliación hecha por el pelele de las fuerzas económicas, por el licenciado Calderón, pues, lo obliga a actuar en consecuencia. La alianza con todas las fuerzas (de “izquierda” y de derecha) muestran claramente la estrategia para legitimarse: gubernaturas michoacanas; presidencias municipales poblanas, tlaxcaltecas o tamaulipecas. Desprenderse del foxismo-espinísmo, achacándoles las derrotas electorales del 11 de noviembre. ¿Creeremos que no fueron abandonados, a propósito, las fuerzas panístas en la batalla electorera? ¿Puede más el alfil que la reina? ¿Se imaginan una victoria espinista que permitiría, entre otros escenarios, una confrontación más directa con las fuerzas, esas sí genuinas, de la izquierda? En  la respuesta inteligente a estas preguntas hallaremos la respuesta a los “éxitos” priístas.

Alfredo Osorio Santiago

 

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