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QUERELLA DE LAS INVESTIDURAS


«Casi a diario leemos noticias como las siguientes: «Celebra misa el cardenal con fuerte resguardo policiaco: en medio de impresionantes medidas de seguridad, el cardenal Norberto Rivera Carrera celebró la misa dominical en la que agradeció a…»; «Movilizan en Catedral a grupos de apoyo para resguardar a Norberto Rivera: Desde temprana hora el exterior de la Catedral fue resguardada por más de una treintena de uniformados capitalinos, y en el interior se reforzó la presencia de personal de seguridad. La misa se realizó sin incidentes, y cuando el cardenal se retiró fue acompañado por un aparatoso despliegue de personal de seguridad del recinto y “voluntarios”, y su vehículo fue escoltado por cuatro motociclistas (dos más de los que habitualmente le resguardan)»; « Refuerzan seguridad en Catedral», y así, por el estilo.
Creyentes y no creyentes, todos sabemos los verdaderos motivos del cardenal Rivera Carrera: el temor (no a Dios) a la condena de la justicia norteamericana (no a la mexicana), por la protección al cura pederasta Nicolás Aguilar. Queda para mejor ocasión la respuesta a la inquietante pregunta ¿por qué lo protege?
También puede quedar la impresión de que soy un infame ateo, que pretendo – o deseo- que el Cardenal se vaya a la cárcel y, a posteriori, que pruebe lo que es quemarse a 5 700.8 grados (la temperatura del infierno). Nada más falso.
Para entender las acciones del cardenal tengo que contextualizar el marco histórico de la iglesia, que ella misma ofrece. El primer hecho fundamental fue el de expandirse en las inmediaciones de Palestina a la muerte de Jesús; dicha expansión le permitió a la futura iglesia el reforzamiento del santoral que ahora conocemos: el surgimiento de Clemente I, papa desde aproximadamente el año 92 hasta el 101, fue también el primero de los denominados padres Apostólicos; además, con Clemente I emerge la mitra, el anillo y el báculo. Únicamente me referiré a la mitra que es una prenda con que los cardenales, arzobispos, obispos y abades, cubren y adornan su cabeza en las funciones de su ministerio, y, conforman parte de la parafernalia y simbolismo que dan la atmósfera de autoridad de la que se han hecho imprescindibles las organizaciones, particularmente la iglesia católica institucional. Escribo de la mitra por, lo dije líneas arriba, el simbolismo que representa. El poder celestial tiene la misión de materializarse, razón por la cual la iglesia tuvo que habérselas para ser reconocida por Constantino I el grande (año 313) quien, además, proporcionó el apoyo necesario para la determinación de la ortodoxia, del poder, pues. En el siglo V, el papa León I ya ejercía la potestad, y el reconocimiento “oficial”  de los poderes establecidos. Sin embargo, no todo fue sencillo. Del siglo V al IX, los avatares políticos y sociales implicaron un enfrentamiento entre la iglesia y el Estado. A principios del siglo IX se dio el enfrentamiento entre estos dos entes sociales; el motivo específico consistió en que los príncipes (el Estado) eran quienes otorgaban la mitra, el anillo y el báculo a los prelados pues eran los símbolos de autoridad espiritual.
Como es fácil adivinar, la iglesia resultó victoriosa; es sencillo convencerse de ello. Nada más revisemos las litografías que muestran al emperador del Sacro Imperio, Enrique IV, siendo castigado por el papa Gregorio VII por medio de la excomunión y a pasar tres días fuera de su castillo únicamente acompañado por su esposa y su hijo. Enrique IV y su familia  estuvieron, los tres días, descalzaos en medio de la nieve y, finalmente, fueron perdonados por el papa. Esta fue la culminación del episodio histórico conocido como la «querella de las investiduras», es decir, la demostración plena del poder religioso sobre el del Estado.
La entronización del poder eclesiástico y su superioridad sobre el poder social se mantiene hasta nuestros días. La impotencia de llevar a los tribunales a la jerarquía religiosa se muestra minuto a minuto. Recordemos la impunidad de la que hizo gala el nuncio apostólico Girolamo Prigione en el sexenio de Salinas (sus nexos con los principales barones de la droga) y, nuevamente, los privilegios judiciales del cardenal Rivera Carrera cuando “castiga” al pederasta Nicolás Aguilar enviándolo a la ciudad de los Ángeles California. El “castigo” consistió en una variante del confesionario: dos padres nuestros y un Ave María, dando como resultado más violaciones de niños en la mencionada ciudad. Somos testigos de la reedición de la “querella de las investiduras” siglo XXI, que nadie ose llevar a juicio a algún mandatario de la iglesia
Lejanas, muy lejanas, están las enseñanzas del cristianismo. Lejanas, muy lejanas las exigencias bíblicas que dicta El Eclesiástico, a saber: «Avergonzaos de la deshonestidad delante del padre y de la madre; y de la mentira, delante del que gobierna o del hombre poderoso»; «de un delito, ante el príncipe y el juez; del crimen, delante de la asamblea, y delante del pueblo»; «de la injusticia, delante del compañero y del amigo; y del hurto delante de la gente del lugar donde mores, cosas todas contra la verdad de Dios y la ley santa». Así que, cardenal, no le de las gracias a Dios por no ser enjuiciado en los Ángeles ni por los ángeles.os2002@yahoo.cox

Alfredo Osorio Santiago

 

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