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AMAR EN MARTE

Atrás quedaba la emoción del lanzamiento. El saberse montados arriba de un infierno les daba cierta mentalidad de poderío, de dioses; la posición de la nave propulsora sólo les permitía atisbar el horizonte: ora azul, ora verdoso y, finalmente, negro, profundamente negro, las galaxias, los astros y el resto de cuerpos celestiales, simulaban foquitos de diversos colores sobre ese fondo negro,… profundamente negro. La religiosidad se abría paso ante la visión del Universo; los tres astronautas del primer viaje tripulado a Marte daban gracias a Dios, a su manera, cuando dejaron de sentir la opresión gravitatoria.
-Intenté mirar sus rostros durante el primer minuto del lanzamiento –expresó la comandante. – pero fue imposible. La aceleración necesaria para escapar del campo gravitatorio de la Tierra, es tan grande que nos provocan rictus que nos hacen ver en un momento trágicos, y en otros, cómicos. –Reforzó Diana Smith, la comandante.
-Ahora que hemos salido de la prisión gravitacional, podemos deleitarnos con la majestuosidad de la verdadera esencia de la noche; estrellas, cometas, galaxias, planetas, en fin, el Universo, tal cual es, respondió Gary Taylor, esposo de Diana, y responsable del vehículo con el que recorrería la superficie marciana tan pronto llegasen al planeta rojo, en unos ocho meses.
Ralph Wayne, el tercer tripulante, meditabundo, reflexionaba sobre todas las maniobras que había hecho para formar parte del primer viaje tripulado a Marte. La alteración de sus documentos oficiales (con el concurso de un alto funcionario de la NASA), para cumplir con el requisito de la edad, la cual sobrepasaba en dos años; los exámenes físicos; las (supuestas) habilidades  técnicas que poseía, en fin, todo pasaba a segundo término, le quedaba sólo por delante la gloria, la fama, el poder que, se supone, tendría cuando las multitudes los recibiesen dentro de tres años –tiempo total de la aventura.
Sin embargo, otro motivo para el viaje, tan importante como la fama y el poder, era estar tres años –y correr la misma suerte- junto a Diana. La sonrosada piel, las voluptuosas formas, la innata inteligencia, toda, toda ella, hacia perder los sentidos de cualquier humano; de manera paradójica, no se notaba la maternidad de sus dos niños: Armanda y Neil. Parecía un desperdicio haberse dedicado a la ciencia; su rostro, sus nalgas, sus senos, hacían palidecer de envidia a más de una estrella cinematográfica.
Ralph la había conocido en el centro de entrenamiento de astronautas; sabedor de su estado civil (de Diana) evitaba situaciones en las que estuviese Gary simultáneamente con ellos. Empero, durante los entrenamientos, las miradas furtivas de Diana le permitían fabricar lascivos pensamientos – ¡juraría que me ha estado viendo!- se repetía a sí mismo, mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo. De reojo comprobó que, en efecto, Diana no le quitaba la vista de encima. Fue la piedra de toque: de manera instantánea la imaginaba desvestirse poco a poco; sin palabras, los mensajes se emitían -y permitían- las situaciones más sublimes sobre el sexo: los jadeos, las sudoraciones, la eyaculación, la sensación infinita de experimentar la gloria en algunos segundos que se hacían eternos. ¡Ralph, despierta! El grito inoportuno lo volvía, inmisericorde, a la realidad, a lo terreno.
Durante las primeras semanas del inusitado viaje, las situaciones anormales se volvieron cotidianas: el comer, el dormir, el defecar, resultaban actividades extrañas; no había necesidad, para comer, por ejemplo, de una mesa. Cualquier cosa, en gravedad cero, flotaba sin problemas «Tereshkova, la primer cosmonauta femenina del mundo, rompía todos sus utensilios del comedor, hasta quince días después de haber orbitado nuestro planeta, a causa de haberse acostumbrado a la gravedad cero. », al principio les ocurría el fenómeno inverso de Tereshkova: siempre querían poner una mesa para comer: no había necesidad de ello. Al defecar, se daban cuenta de algo extraño (para el resto del mundo): la caca no caía. Del defecar, en nuestro planeta, de manera perogrullesca, sabemos que la atracción gravitatoria hace caer los excrementos, cosa que no ocurre en gravedad cero; esta situación incomoda se evitaba con la activación de una bomba de succión ¿el problema?: resuelto. Bañarse fue una actividad innecesaria: la necesidad de ahorrar agua quedaba sólo como un recuerdo; llevar un litro de agua tenía un costo exorbitante (aparte de la imposibilidad física de la nave) -«!Qué paradójico! En este siglo XXI, en la nave con la tecnología más avanzada, tenemos que vivir como lo hacían nuestros antepasados hace miles de años: sin bañarnos» platicaban entre ellos. Dormir fue un hecho extraño: en un principio, los relojes biológicos respondían de manera más o menos precisa, cuestión que fácilmente se probaba: los tres dormían (y se despertaban) casi al mismo tiempo; sin embargo, después de algunos meses, la situación no era la misma: cada quien tenía su propio ritmo de sueño ya que no existían ni la noche ni el día, si acaso, la comunicación con el centro espacial permitía entablar largas video pláticas con sus familias. Eran estas acciones el verdadero reloj que ordenaba el tiempo en Omicron, el nombre de la nave.  La que “abusaba” era Diana (algunas veces acompañada de su esposo): todos los días (en la Tierra) sus dos hijos le mandaban escenas comunes y corrientes, cotidianas –que a millones de kilómetros de distancia se convertían en el motor que evitaba la presencia del primer enemigo en los viajes siderales: la nostalgia.
Ocurrió en el cuarto mes del recorido, mientras Gary dormía, por supuesto. El pretexto fue arreglar un desperfecto en un ventilador de la última sección de la aeronave; la escotilla que separaba la sección en que dormía Gary estaba perfectamente sellada; ningún ruido sería capaz de atravesar al otro lado. En un principio, los roces furtivos de sus manos prometían aventuras (en la que la infidelidad a Gary era un acicate –y un temor- para ambos) infinitas; de lo furtivo pasaron a lo abierto, lo anhelado –y lo prohibido. La cercanía de la cabellera de Diana, la silueta contorsionándose, haciendo arabescos (todo lo permitía la gravedad cero) en el “aire”. De los roces de manos al roce de los labios no existía ningún puente; las miradas clavadas en los ojos del otro mostraban el ayuno de sexo; las lenguas entrelazadas, el sudor extraño de esas condiciones, confirmaban la promesa pretérita de ambos: una explosión de fuegos artificiales, calidoscopio divino, recordaban la esencia de los seres, su origen, su destino. Sólo un pero hubo en este trance glorioso; en el máximo instante, por la mente de Diana, surgieron las figuras de sus hijos como si hiciesen reclamos, no obstante, el gozo venció al remordimiento.
Resulta innecesario contar que en el resto del tiempo para llegar a Marte ocurriese algo extraordinario: « ¿ya hiciste la tarea?», «pórtate bien, no pelees con tu hermana», eran las recomendaciones que día tras día (respecto a la Tierra) hacían Gary y Diana a sus hijos. De nuevo, lo anormal se volvía cotidiano: los padres se comportaban como si no estuviesen viajando a 30 000  kilómetros por hora.
El 24 de octubre de 2027 la humanidad quedó paralizada. Omicron descendía perfectamente en la “atmósfera” marciana; todos los medios de comunicación actuaban desaforadamente; Guatemala, Kenia, Japón, Rusia, en fin, todos los países del mundo suspendieron lo que estaban haciendo. Nada era más importante en aquel día; la conquista de la Luna, en el siglo pasado, quedaba como un hecho histórico pero sin importancia ante la presencia del hombre en la superficie marciana. Las guerras se suspendieron, los presidentes y monarcas del mundo se felicitaban mutuamente; parecía que el hambre y la injusticia hubiesen desaparecido en un acto de magia. Todo, absolutamente todo, quedaba conjurado ante la hazaña. Las pantallas de los monitores, las estaciones de radio, la Internet (que empezaba a hacerse obsoleta), los videófonos desplegables, en fin, todo el arsenal tecnológico, daban testimonio del hecho. Si, los rostros más vistos de la historia estaban allí, en el planeta Marte.
Como todo mundo sabe, también lo extraordinario tiene un fin sin aspavientos. Lo extraordinario tiene, indefectiblemente, como puerto final, lo trivial, lo nimio, lo corriente. Al paso de los días, las semanas y los meses, la humanidad recordaba el 24 de octubre como una reminiscencia lejana. Si acaso, muy de vez en cuando, las noticias de las guerras, los crímenes, las huelgas, eran interrumpidas por algún reporte desde Marte. «La comandante Diana tiene un poco de fiebre»; «sufre ligero desperfecto el reciclador de agua»; «los frutos sembrados en el invernadero marciano son perfectamente comestibles», así, de forma parsimoniosa, se enterraba lo inusual, lo extraordinario.
La vida normal en la Tierra fue bruscamente interrumpida. Súbitamente, la conquista de Marte volvió a ser noticia: el responsable del vehículo “todo terreno”, el capitán Gary Taylor, había muerto. ¿Cómo fue? ¿De qué había muerto? Las respuestas cedían a las manifestaciones de duelo; de nuevo la humanidad dejaba de hacer lo que estaba haciendo (las guerras, los crímenes, las huelgas), para unirse al homenaje del primer hombre que moría en un planeta distinto al nuestro.
-¿Qué explicación daremos? Preguntaba Diana a Ralph, atropelladamente. ¡Nunca fue mi intención dejarlo sin oxígeno! Justificaba la comandante.
-«Si damos la versión de que Gary, como los buzos que se sumergen en las profundidades de los mares, se “engolosinó” en un viaje de reconocimiento, perdiendo la noción del tiempo, será perfectamente una versión creíble.» Contestaba Ralph a una Diana atribulada. Las conversaciones de ellos giraban alrededor en cómo hallar una versión que no albergase contradicciones, que todo mundo creyese que un accidente y no un asesinato. La única escena que hacía sentir remordimientos (a Diana) era la aparición de Armanda y Neil en la pantalla; las lagrimas de ambos, resignados al saber que su padre quedaría a una distancia infinita para ellos
El regreso de ambos, semanas después de sepultar a Gary, permitía las especulaciones en la Tierra. Se sabía, por voz propia, que Diana regresaba embarazada. ¿Fue Gary o Ralph?, se preguntaba (también Diana) la humanidad entera. Recordemos que el viaje de regreso de Marte a la Tierra, también –como la ida- se había calculado en ocho meses. Si daba a luz en pleno viaje podría, el mundo entero, literalmente, creer que el verdadero padre del niño era Gary. Si daba a luz en la Tierra, habría doble sospecha: la primera, que la muerte de Gary no había sido un accidente y, la segunda que el padre del primer humano concebido fuera de este mundo fuese Ralph Wayne, el amante secreto de la comandante Diana.
El cerebro de Diana era un mar de pensamientos encontrados. Se imaginaba en desfiles y homenajes, recibiendo regalos de los personajes más poderosos del mundo. Contrario sensu, también se imaginaba las respuestas que tendría que explicar si su nuevo hijo naciese en la Tierra.
Mientras tanto, Omicron se desplazaba a 30 000 kilómetros por hora y, al mismo tiempo, Ralph le daba un beso: ya no de pasión sino de misericordia.

Alfredo Osorio Santiago

 

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